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Opciones terapéuticas farmacológicas para el tratamiento de los trastornos de ansiedad

2025-12-17

Los medicamentos sintéticos y sus desventajas

Muchos medicamentos sintéticos son relativamente poco costosos y su acción se instala bastante rápido, debido a sus efectos sedativos. Es por ello que suelen ser la primera elección de los médicos en la atención primaria.

Aunque la eficacia clínica de los medicamentos sintéticos se haya demostrado en muchos estudios clínicos realizados a lo largo de décadas de uso, los pacientes suelen mostrar reticencia ante la idea de tomar estos medicamentos, debido a sus importantes efectos colaterales y al temor de desarrollar dependencia. Además, estos medicamentos pueden reducir la tolerancia al alcohol. Muchos de ellos producen un efecto de resaca que puede interferir en la capacidad del paciente para realizar actividades de la vida diaria como manejar y operar máquinas. Después de la remisión, el tratamiento debe continuarse durante varios meses para poder evitar recaídas. Todo esto tal vez explica la razón por la cual el cumplimiento del tratamiento suele ser malo.

Aunque las benzodiacepinas ya no se consideran los medicamentos de primera línea, siguen prescribiéndose con mucha frecuencia, especialmente en las personas de edad avanzada. Su prescripción para reducir la ansiedad y el insomnio es muy común y es lo que ha ocasionado más problemas. Las sobredosis de benzodiacepinas pueden llevar a problemas clínicos importantes.1

La sedación produce una sensación de pesadez y es un efecto adverso muy conocido de las benzodiacepinas. El deterioro cognitivo y psicomotor puede detectarse incluso con dosis terapéuticas. Cuando el medicamento se toma varias veces al día como ansiolítico, o cuando se toma en presentaciones de acción prolongada como pastilla para dormir por la noche, el daño puede persistir a lo largo de todo el día siguiente. Los estudios epidemiológicos han demostrado una asociación entre el consumo de benzodiacepinas y los accidentes automovilísticos. En un metaanálisis, se estimó que el riesgo de sufrir accidentes aumenta más de un 50%.

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También otros accidentes como las caídas son más comunes en las personas que toman benzodiacepinas. En la población de edad avanzada, la incidencia de las fracturas de cadera puede aumentar un 50% o más, especialmente si se están tomando otros medicamentos como antihipertensivos y antidepresivos. En los pacientes que toman dosis altas, la dificultad para hablar y la desorientación indican una sedación excesiva. El riesgo de sobredosis constituye un peligro, sobre todo   en combinación con otros medicamentos y alcohol.

Los riesgos a largo plazo se conocen bien. El problema principal es el de desarrollar tolerancia al medicamento. Algunos efectos colaterales van menguando, pero otros persisten al largo plazo. La memoria parece ser particularmente sensible a la acción de las benzodiacepinas, sobre todo en los adultos mayores. Lo que resulta aún más grave, es que los estudios han demostrado un aumento en la mortalidad global; incluso las personas que toman hipnóticos en forma ocasional presentan un riesgo de fondo tres veces mayor de fallecer en un plazo de 2.5 años.

La interrupción del tratamiento puede ocasionar problemas debido al fenómeno de la abstinencia, que incluye ansiedad, insomnio, tensión muscular y deterioro de la memoria. Muchos pacientes se sienten mal y pierden peso. El síndrome de abstinencia  es similar al que produce la abstinencia de alcohol y puede persistir hasta por 2 a 4 semanas, o más. Los efectos de rebote hacen que muchos pacientes vuelvan a tomar el medicamento. Alrededor del 20% de las personas que toman benzodiacepinas se consideran dependientes a estos medicamentos.

En resumen, las benzodiacepinas no son apropiadas y convenientes para el tratamiento de la ansiedad leve. Sólo deben emplearse a corto plazo para tratar la ansiedad y el insomnio, y sólo si estas condiciones son muy severas y ocasionan discapacidad o producen una extrema alteración en el paciente.1

Como la ansiedad suele ser acompañada por una depresión, los antidepresivos se consideran los medicamentos de primera línea para el tratamiento de la ansiedad. Los antidepresivos de segunda generación, como los ISRS, han permitido reducir considerablemente la carga de los efectos colaterales de la terapia con medicamentos ansiolíticos, ya que carecen de muchos de los efectos colaterales conocidos y a veces graves de las benzodiacepinas. Sin embargo, algunos efectos como los síntomas de abstinencia y la fatiga siguen siendo bastante comunes y en ocasiones se presentan acompañados por molestias gastrointestinales, agitación o insomnio, o por los típicos fenómenos de los ISRS. como el aumento de peso y la disfunción sexual.2

Actualmente, los medicamentos más comúnmente utilizados para el tratamiento farmacológico de los trastornos de ansiedad y el insomnio que se les asocia son los ISRS y las benzodiacepinas. Estas últimas son uno de los grupos de medicamentos más prescritos en todo el mundo.

Aunque las guías subrayan que las benzodiacepinas no son medicamentos de primera elección y sólo deben usarse a corto plazo, el número de prescripciones no ha mostrado una reducción significativa en los últimos 20 años.1

Los adultos mayores presentan una alta prevalencia de trastornos de ansiedad subumbral. Un estudio llevado a cabo en una población de adultos mayores mostró que el uso de las benzodiacepinas no difería en forma significativa entre los pacientes con TAG subumbral y los pacientes con TAG sindrómica, pero era significativamente mayor que en los pacientes sin trastorno de ansiedad.3

1. Lader M: Benzodiazepine Harm: How can it be reduced? Brit J Clin Pharmacol 2012: 77(2): 295–301. 
2. Kasper S, Gastpar M, Müller WE et al.: Silexan®,  an orally administered Lavandula oil preparation, is effective in the treatment of “subsyndromal” anxiety disorder: a randomized, double-blind, placebo-controlled trial. Int Clin Psychopharmacol 2010a; 25: 277–287. 
3. Haller H et al.: The prevalence and burden of subthreshold generalized anxiety disorder: a systematic review. BMC Psychiatr y 2014; 14: 128–140.

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